03 julio 2008

Tormenta de verano

Oigo a un par de merluzos apañando un dibujito para un cliente primerizo. Artistas de plumero y mandíbula floja. Regurgitando palabras e informes de la vieja escuela que justifiquen el trazo y la factura. Sincronizan sus discursos al ralentí, diluidos en el sopor del encargo. El trabajo dignifica, decía Rubianes, mientras se corría de la risa. A éstos ya no les queda humor ni para escribir un epitafio. Ni siquiera para cagarse en la madre del encargo que les tiene secuestradas todas las mañanas. No hay sangre. Imposible ruborizarse.